LEYENDA DE LOS DIABLOS DE LUZON

LEYENDA DE LOS DIABLOS DE LUZON
El personaje del demonio está muy arraigado en la cultura popular y el carnaval, raro era el pueblo del Señorío de Molina en que no aparecían uno o dos diablos persiguiendo a la chiquillería y arrojando cenizas a las mozas.
Los mozos acuden a vestirse a un lugar en principio secreto, se protegen la piel con cremas para luego embadurnarse los brazos, manos, cara y cuello con una mezcla de aceite y hollín molido que les da un color negro muy brillante y que contrasta con el blanco de los dientes hechos a base de trozos de remolacha. 

Se visten con negras vestiduras hasta los pies, una blusa muy ancha sin mangas y un faldón; en la cabeza unos enormes cuernos de toro o de buey con almohadilla les serán atados a los hombros y la frente, todo ello tapado por un pañuelo negro hasta la nuca. 

A los pies trozos de saco liados con simples cuerdas y como remate, unos enormes cencerros a la cintura llamados "trucos y cañones" romperán el silencio de la tarde cuando los diablos bajen corriendo al caserío mordiendo un trozo de patata que les sirve para refrescarse.
Al llegar a la plaza, correrán entre las mascaritas tratando de asustar a las mujeres y dar miedo con su estruendo y tiznando aquí y allá con su negro ungüento, sobre todo a las mozas. Una vez calmada la euforia, los diablos disfrazados recorrerán las frías calles al caer la tarde en una extraña e indefinible procesión que sólo se da en alguna pesadilla.
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